Seguro que la escena le resulta familiar. Para regalar, por las ofertas o en el simple día a día, recurrimos al comercio electrónico, tan cómodo y tentador en esta época extraña en que las multitudes nos provocan aprensión. Y una vez que nos decidimos por comprar ‘online’, la alternativa más fiable es Amazon, con su enorme oferta, sus competitivos precios y, sobre todo, su eficaz sistema de entregas.
Luego, es probable que sintamos cierta mala conciencia, especialmente si vivimos en núcleos urbanos densos, de esos en los que reconoces a los comerciantes del barrio. Tenemos vagamente presente alguna de esas campañas en que se nos anima a comprar en el comercio local o de proximidad, y no en los grandes gigantes del comercio electrónico de origen norteamericano o asiático. Conocemos a grandes rasgos los argumentos que utilizan en contra de estas empresas digitales multinacionales —elusión fiscal, trabajo precario, uso espurio de los datos—, y normalmente los compartimos. La próxima vez, compraremos en la librería de la esquina. Si es que sigue abierta.
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