Nada será lo mismo cuando esta crisis haya pasado. De la misma forma que cambiará la forma en la que saludamos a extraños, también valoraremos más a los profesionales de la salud, al farmacéutico de la esquina, a los profesores de nuestros hijos, a la cajera del supermercado. Todos ellos, con diferentes intensidades y grados de responsabilidad, han estado ahí cuando nuestro modo de vida quebró por una crisis de salud pública de intensidad sin precedentes cercanos en la historia.
También miraremos de otra forma la actividad económica. Pensemos en cómo estamos sobrellevando la cuarentena. Podemos seguir trabajando, tal vez distraídos y sin duda preocupados, pero trabajando al fin y al cabo. Nuestros hijos hacen deberes desde casa e incluso pueden ver y charlar con sus amigos desde el móvil o el ordenador. También podemos comprobar, con imágenes, que nuestros mayores, aun a miles de kilómetros de distancia, están bien. Y por la noche, o en los fines de semana, nos entretenemos con películas y series que consiguen que nos olvidemos, por un buen rato, del sombrío panorama exterior.
Como ocurre con los profesionales, también hemos descubierto que hay sectores económicos que impiden que todo se detenga. Pensemos en la distribución de alimentos, en los trabajadores agrícolas y las grandes cadenas de alimentación; fijémonos también en la importancia capital de las redes de telecomunicaciones. Han mantenido el pulso de nuestras vidas cuando todo lo demás fallaba.
Ojalá en un futuro próximo, cuando todo esto acabe, tengamos mucho más presente la importancia de internet y las redes de telecomunicaciones, y las valoremos en consecuencia: como un activo estratégico que los países han de proteger, cuidar y poner en valor.
Paradójicamente, en un mundo digital y globalizado ha sido lo más cercano al territorio lo que nos ha sostenido en pie: los empleados de la sanidad pública, los agricultores, las redes de los operadores de telecomunicaciones, los supermercados.
Concretamente, la red de redes se ha puesto al servicio de la red humana, impidiendo el aislamiento, fomentando la comunicación. Conceptualmente, no sería una nueva esencia de internet, sino una vuelta al espíritu original: las redes como un fabuloso instrumento de comunicación. Internet es una red social, pero de verdad. Empresas que practican la elusión fiscal, son instrumento de manipulación de procesos electorales democráticos y mercantilizan nuestros datos no deberían manosear la palabra ‘social’.
De esta crisis tenemos muchas lecciones que extraer. Las más importantes, sin duda, son sobre nuestros sistemas sanitarios. También nos ha de servir para reflexionar sobre nuestra vulnerabilidad: toda nuestra inteligencia, todo nuestro conocimiento y toda nuestra tecnología puede ser inútil ante un ‘simple’ virus. Tendremos que mejorar lo que nos ha fallado, y cuidar lo que nos ha permitido seguir en pie, las infraestructuras básicas, los llamados ‘servicios de interés general’. Que nadie dude de que las redes de telecomunicaciones entran en esa categoría: son un activo estratégico, ligado al territorio, que los países han de proteger. Tengámoslo muy presente, y actuemos en consecuencia.