Recuperando un estilo perdido hace décadas, el denominado “informe Letta” –elaborado por el exprimer ministro italiano Enrico Letta por encargo del Consejo Europeo– está causando un gran movimiento en las instituciones europeas. En parte, supone una autocrítica muy necesaria, pero también en parte es una llamada de atención para la mayoría parlamentaria que salga de las próximas Elecciones europeas y, con ello, la conformación del nuevo Colegio de Comisarios. Letta recupera uno de los conceptos básicos sobre los que tiene que pivotar toda la política europea como es el “mercado único” y lo que él define como “cinco libertades básicas”: las que en su día formuló Jacques Delors -la libre circulación de personas, bienes, servicios y capitales- añadiendo una quinta relacionada con investigación, innovación y educación.
Esta última `libertad’ es la que mejor engloba el progreso hecho y el que queda por hacer en materia de transición digital, incluso proponiendo que se incluya en el Título XIX del Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE). Haciendo una justa alabanza a sus nuevas leyes digitales, -la Digital Services Act y la Digital Markets Act-, el informe realiza una crítica a las debilidades en la implementación de este nuevo marco normativo. Llama poderosamente la atención que el punto de partida de Letta sea el tamaño de las empresas europeas frente a sus competidoras americanas y chinas en los sectores financiero, energía y telecomunicaciones. Acto seguido pide dos cuestiones de la máxima relevancia: por un lado, una consolidación de las empresas europeas (algo similar a la idea de “campeones europeos”) y, por otro lado, un impulso urgente a las infraestructuras transeuropeas tanto de energía como de telecomunicaciones.
Empezando por lo primero, hay dos riesgos cruzados. Está el riesgo de estancamiento europeo en el progreso tecnológico, lo cual obliga a redoblar el apoyo financiero para proyectos que sean estratégicos tanto a nivel país como a nivel europeo. Pero también está el riesgo de acumular el poder empresarial en pocas manos, en especial, en torno al eje francoalemán. La idea de “campeón europeo” puede ser atractiva, pero debe tener en cuenta dónde está el poder financiero en Europa y ese, hoy por hoy, está entre París y Berlín. Precisamente, la llamada que hace Letta a regular mejor el procedimiento de ayudas de Estado puede ser determinante para que desde las instituciones europeas se preste el apoyo financiero necesario para proyectos que no tienen por qué estar localizados exclusivamente entre Francia y Alemania.
En cuanto a lo segundo, el foco en las infraestructuras es muy atractivo y, hasta cierto punto, revolucionario, dado el comportamiento de la Comisión Europea de los últimos cinco años. Algunas últimas reformas han abundado en la necesidad de compartir infraestructuras, redes y activos fijos repartiendo los costes y construyendo un verdadero mercado único.
Pero esto aún requiere importantes esfuerzos en materia de creación de ecosistemas de innovación con la participación activa de las empresas tecnológicamente más avanzadas (por ejemplo, para salud, educación o investigación científica, entre otros). También hay mucho que avanzar en la armonización de los mecanismos de transferencia transfronteriza de datos (interoperabilidad y protección de datos), la colaboración público-privada, la movilidad de innovadores e investigadores, la simplificación burocrática y en las ventajas de los ‘sandbox’ regulatorios.
Un capítulo que merece una atención especial es el de las telecomunicaciones. Letta defiende que Europa no tiene por qué convertirse en Estados Unidos, pero sí debe avanzar hacia más integración en este mercado. En Europa tenemos más de 100 operadores de telecomunicaciones. En Estados Unidos hay tres. Aquí los consumidores están más contentos que en Estados Unidos, pero el sector de las telecomunicaciones es un caos. La propuesta es pasar de 27 mercados a uno solo y aplicar las reglas de la competencia a ese mercado único de las telecomunicaciones para garantizar la protección del consumidor, con reglas de competencia europeas. Entre los 100 operadores europeos y los tres estadounidenses hay un término medio.