Trump, Biden y lo que no cambiará respecto a las las ‘big tech’

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Durante años las grandes tecnológicas estadounidenses han ido creciendo sin demasiados impedimentos regulatorios hasta convertirse en mastodontes globales. Gracias a productos y servicios atractivos que respondían a las demandas del mercado, con regulaciones laxas o directamente inexistentes en algunas materias, y envueltas en el aura del sueño americano del emprendedor de garaje que se convierte en un multimillonario, las grandes de Silicon Valley han conseguido una posición de mercado tan poderosa que muchos los consideran monopolios de facto.

El poder adquirido por colosos como Facebook, Apple, Alphabet (la matriz de Google) o Amazon es tal que políticos de todo signo en Estados Unidos plantean de manera explícita buscar fórmulas para recortarlo y evitar monopolios.

Particularmente, la Administración de Donald Trump ha adoptado una posición beligerante contra los gigantes tecnológicos y lidera una estrategia para acotar su poder. La Comisión Federal de Comercio –encargada de velar por la competencia- y el Departamento de Justicia han abierto distintas investigaciones contra los cuatro colosos para determinar si funcionan como monopolios.

Y el Congreso de los Estados Unidos trabaja en una revisión regulatoria con el mismo objetivo. Hace un mes los máximos ejecutivos de las big tech tuvieron que comparecer, en esta ocasión de forma telemática por la pandemia, ante el Congreso para defenderse de las dudas sobre presuntas prácticas contrarias a la competencia. Mark Zuckerberg (Facebook), Sundar Pichai (Alphabet/Google), Tim Cook (Apple) y Jeff Bezos (Amazon) subrayaron que no operan como monopolios, que no tienen una estrategia de compra de rivales para eliminar competencia, que no aprovechan su control de datos masivos para reforzarse aún más, que sus compañías impulsan a las pequeñas empresas en el país y que su tamaño es útil para competir con los gigantes chinos.

“Si el Congreso no obliga a las grandes tecnológicas a ser justas, lo que debería haber hecho hace años, lo haré yo mismo con órdenes ejecutivas”, ha llegado a amenazar el presidente Trump, embarcado en una beligerancia contra los gigantes tecnológicos por su eventual posición de monopolio y, en paralelo, porque considera que algunas de ellas penalizan las posiciones conservadoras frente a los valores progresistas. Es particularmente llamativa su relación con Twitter: una red social que ha convertido en su principal altavoz y que, sin embargo, ha llegado a ocultar algunos de sus mensajes por considerarlos una glorificación de la violencia.

La posición de Trump es clara. La del que será su contrincante demócrata en las elecciones por la Casa Blanca, Joe Biden, hasta ahora ha sido más matizada y relativamente menos hostil. Durante el proceso de primarias del Partido Demócrata para designar candidato presidencial, algunos de los aspirantes del ala más progresista (singularmente los senadores Bernie Sanders y Elizabeth Warren) defendieron abiertamente la separación de los gigantes en varias compañías para evitar abusos de poder o tumbar algunas de sus grandes adquisiciones selladas en los últimos años.

Biden ha evitado defender abiertamente la segregación de los grupos para acotar su posición de dominio. Y hay que recordar que algunas de las grandes fusiones que han disparado su poder (como la compra por Facebook de WhatsApp e Instagram) se produjeron durante el mandato de Barack Obama, con el propio Biden como vicepresidente. En una entrevista con The New York Times hace unos meses, el ya candidato demócrata se escudaba en que la última palabra en éste y otros asuntos del sector era de Obama, y que en pocas ocasiones –“aproximadamente el 30% de las veces”- conseguía convencerle cuando no estaban de acuerdo.

Biden sí ha protagonizado encontronazos directos con Facebook, denunciando que permite de manera totalmente irresponsable la difusión de informaciones falsas e incluso alertando de presuntas implicaciones “criminales” de algunas de sus actividades (singularmente, en el escándalo de Cambridge Analytica y la supuesta intromisión de Rusia en anteriores elecciones presidenciales de EEUU). Y también ha defendido revocar parte de una legislación de hace más de 20 años sobre el contenido en internet, para combatir mejor las fake news y los discursos de odio.

El exvicepresidente también ha criticado de manera muy explícita, con mofas que rozaban el insulto, la arrogancia de algunos ejecutivos de la industria digital. Pero el candidato demócrata no está haciendo del control de las tecnológicas un tema de campaña, frente a la abierta beligerancia de Trump. Por el contrario, la decisión de Biden de elegir a Kamala Harris para ser su compañera de candidatura como aspirante a vicepresidenta ha sido recibida con alivio por las tecnológicas.

Senadora por California y con Silicon Valley incluido en su propio distrito electoral, la industria tecnológica ve a Harris como una potencial aliada en plena polémica sobre posibles conductas monopolísticas, y durante las primarias ha recabado el respaldo explícito (con apoyo público y mediante donaciones) de grandes ejecutivos de compañías tecnológicas.

La candidata demócrata –que ha llegado a defender que Twitter cierre la cuenta de Donald Trump por el mal uso que hace desde la Casa Blanca– insiste en centrar su mensaje acerca del sector en la defensa de nuevas medidas regulatorias para garantizar la protección de la privacidad. Sin embargo, Harris ha estado eludiendo pronunciarse sobre la necesidad de dividir a los gigantes como solución antimonopolio.

Por tanto, es muy incierto qué pasará con la regulación de las grandes compañías tecnológicas con otro inquilino en la Casa Blanca. Tampoco está nada claro hacia dónde tendería una nueva Administración Trump. Pero desde Europa sí tenemos algo seguro: sería muy ingenuo pensar que Washington no va a defender, con mayor o menor intensidad, los intereses de sus grandes compañías, y más en un entorno de guerra fría digital con China. Por eso es tan importante que la UE sea capaz de defender su propio camino en el nuevo orden mundial que se está más configurando, totalmente marcado por la digitalización.