Regulación y ‘big tech’: la UE marca el camino, pero necesita más

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Puede que la fecha del 29 de julio de 2020 tenga su espacio cuando se escriba la historia de las grandes compañías tecnológicas en el siglo XXI. En ese día, los cuatro máximos responsables de las ‘big tech’ Amazon, Facebook, Google y Apple comparecieron ante el subcomité antimonopolio de la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos, cuyos miembros llevan años investigando sus presuntas prácticas antimonopolísticas.

En sí, la comparecencia no produjo ningún resultado. Pero sí es histórica, pues marca definitivamente el cambio de relación entre el poder político estadounidense y estas cuatro compañías, que alcanzan un valor bursátil conjunto que supera los 5,5 billones de dólares, tras la subida de sus cotizaciones durante los meses de pandemia. Las posiciones de los congresistas republicanos y demócratas diferían en muchos aspectos, pero sí coincidían en su tono crítico.

Debates como la posibilidad de trocear estas compañías para evitar su monopolio, hace una década impensables, están ahora sobre la mesa en Washington. La mirada política a estos gigantes es ahora menos complaciente y ‘tecno-optimista’, y algo más cercana a la de la Unión Europea. Sin embargo, las diferencias entre Europa y Estados Unidos al enfocar el poder de Silicon Valley son todavía muy considerables.

El precio no es la única variable

Una primera diferencia básica es de enfoque general. Desde un punto de vista conceptual, las normas de la competencia en Europa tienen una visión más amplia que en Estados Unidos, donde se hace especial hincapié en los precios, un paradigma que en gran parte determinó el jurista Robert Bork en su libro «The Antitrust Paradox» (La paradoja antimonopolio). En esa obra, de 1978, se defiende que el principal objetivo de las leyes antimonopolio es promover el bienestar de los consumidores mediante precios bajos; dado que los consumidores no pagan nada, en sentido estricto, por los productos de empresas como Facebook o Google, estos gigantes quedarían prácticamente exonerados de la vigilancia de los organismos antimonopolio.

Esa visión se ha ampliado en Estados Unidos, a causa, por ejemplo, de la adquisición por Facebook de competidores emergentes -como en 2012 Instagram- y del lanzamiento por Amazon de sus propias marcas, que compiten con otras en un mercado que controla.

Al igual que Europa tiene mucho que aprender del dinamismo empresarial y la innovación del tejido tecnológico estadounidense, al otro lado del Atlántico han tomado nota de los riesgos del inmenso poder que acumulan los gigantes de internet. Hasta ahora, como declaraba a The New Yorker Nate Persily, profesor de Stanford Law School, “en muchos sentidos, la Unión Europea es el único regulador activo en Silicon Valley”.

Pero, ¿cómo regular para impedir que un determinado mercado se convierta en un semi-monopolio? No es sencillo.

En los últimos años, la Unión Europea ha apostado por sanciones y multas contra las prácticas anticompetitivas de los gigantes de internet. Por ejemplo, Google fue multada en tres ocasiones entre 2017 y 2019, por más de 9.200 millones de dólares. Pero se trata de procesos complejos, que se alargan años en el tiempo y que en ocasiones terminan en fracaso tras recursos ante los tribunales.

Por eso, la Comisión parece apostar ahora por nuevas regulaciones que estrechen el cerco sobre las grandes compañías tecnológicas. Margrethe Vestager (Dinamarca, 1968), comisaria europea de Competencia desde 2014 y vicepresidenta de la Comisión Europea para la Era Digital, se ha tomado esta misión como una de las claves de su mandato. Así, está impulsando asuntos como a una fiscalidad más ajustada para las big tech -lo que se conoce como ‘Tasa Google’-, un mayor control del mercado de los datos y un nuevo marco normativo para la Inteligencia Artificial, con una especial preocupación por el uso de la tecnología de reconocimiento facial.

No obstante, el reto para la UE no solo es marcar unas reglas de juego que impidan abusos. La otra cara del desafío europeo es promover las condiciones para que florezcan más empresas tecnológicas capaces de competir globalmente. Europa es líder en regulación tecnológica, pero debe aspirar a ser líder en tecnología.